Hoy mi blog irá dedicado a Peñíscola. Es un municipio de la Comunidad Valenciana, España, situado en la costa norte de la provincia de Castellón, en la comarca del Bajo Maestrazgo.
La historia de esta hermosa población comienza desde muy temprano, desde la época de los íberos, luego se asentarían los fenicios de Tiro y más tarde cartaginenses, romanos, bizantinos y árabes. Desde aquella época fue un importante puerto, donde se comerciaba con productos de los confines del mundo conocido. Serán los romanos, quienes al traducir el nombre griego de la ciudad al latín (al decir de prestigiosos filólogos, en la forma vulgar paene + insula, «casi + isla») darán origen al topónimo actual de Peníscola (forma autóctona del valenciano).
Desde el año 718 en que Tarik concluye la conquista hasta 1233, la ciudad de Peñíscola vive bajo dominio musulmán. En 1233, cae la ciudad bajo el dominio cristiano, a manos de Jaime I de Aragón. Entre los años 1294 y 1307 fue construido el actual castillo Templario sobre los restos de la alcazaba árabe. En los siglos XIV y XV se produjo el Cisma de Occidente, ese período de la historia donde había dos o tres Papas, uno de esos tres Papas se instaló en el castillo, era el Papa Pedro Martínez de Luna, más conocido como el Papa Luna, que sustituyó a Clemente VII como Papa de Aviñón con el nombre de Benedicto XIII. Ya en el siglo XVI, Felipe II construye unas murallas de renacentistas. Durante el siglo XVII tuvo un gran influjo sobre la sucesión borbónica. Finalmente, tras resultar vencedor de la Guerra de Sucesión Española, Felipe V declara a Peñíscola como ciudad, con los títulos de «Muy Noble, Leal y Fidelísima Ciudad». También tuvo un gran papel en la Guerra de Independencia contra Francia.
Mi viaje comienza con una vuelta a su hermosa y gran playa, en busca del chiringuito de Pepe, y es que en esta ciudad marinera se grabó durante meses una de las series más vistas de la televisión española. Me encantó la playa, el Mediterráneo de fondo y la postal con el castillo de fondo.
Entrada la tarde y después de una merecida siesta, me puse en busca del verdadero tesoro de la ciudad, su centro histórico. A medida que caminaba más pequeñas se hacían las calles y más grande el castillo. Las amplias callejuelas dieron paso entonces a un laberinto de calles empinadas, sinuosas y estrechas. Y tras caminar llegué a una de las murallas del siglo XVIII, testigo mudo de cientos de batallas, donde sus garetones me indicaban por donde subir. Cientos de restaurantes, bares, tiendas de regalos se abrían a mis pies, el sol acariciaba los dos caminos que llegaban a lo alto de la fortaleza. Una escalera me invitó a empezar la aventura a subir.
Unos peldaños, más arriba el Papa Luna te, ataviado con la tiara papal, te da la bienvenida a modo de personaje imperturbable con cara de bronce, tras una pequeña charla con su eminencia, seguí ascendiendo mientras el sol de media tarde acariciaba las murallas, y alguna que otra iglesia que salía a mi encuentro. Tras unas rejas, flanqueadas por un garetón del siglo XVIII, se abría el verdadero camino que te llevaba a las entrañas del castillo. Alrededor de la fortaleza, la vida moderna se ha instalado y los edificios a evolucionado con el paso del tiempo, un enorme faro, ojo salvador de muchos navegantes, se alza a la derecha, donde el sol refleja sus últimos rayos sobre su cuerpo de metal.
Después de pagar la entrada, te sumerges directamente en la España del siglo XIII, a medida que avanzo me encuentro habitaciones frías, sin muebles, con un silencio pertubador... un poco más adelante encontramos varios aljibes de agua. Todos sus muros tienen inscritos varios símbolos en forma de cruz, señal clara de su influjo templario. También podemos observar el escudo de este Papa, una media luna hacia abajo, dos llaves de San Pedro en forma de cruz y arriba la tiara papal.
Uno de los lugares que más me encantaron fue la habitación que el Papa Luna tenía en la parte superior, una habitación de unos 3 metros cuadrados, con bóveda de medio cañón y varias ventanas con unas vistas increíbles del Mediterráneo. Varios muebles representan la vida cotidiana del pontífice. Desde la enorme azotea, Peñíscola se rinde a tus pies, a un lado el campanario cuadrado de la iglesia se te antoja cercano, capaz de tocarlo y a otro el sol cae y se rinde a un sueño mágico por Occidente, decir aquí que la postal es de película, un lugar idóneo para los amantes de la fotografía. El castillo no es muy grande, pero en su interior visitaréis varias estancias de interés que no os gustarán.
Mi viaje finaliza, recorriendo sus serpenteantes y mágicas calles, de su casco histórico, hasta mi furgoneta. Un lugar increíble, mágico con historia y leyenda, al que recomiendo visitar en verano o en invierno.
Este blog va dedicado a una mujer que me hizo soñar durante el viaje, mi gran amiga Annie.
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