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viernes, 16 de diciembre de 2016

BENALAURIA, Y SUS MANDAÍTOS

Hoy mi blog irá dedicado a un pequeño pueblo, Benalauría. Este pueblo se encuentra situado en la serranía de Ronda a unos 30 km de la ciudad. La historia de este enclave comienza antes de la época musulmana, existen algunos vestigios romanos, como por ejemplo “columbario” del Cortijo del Moro, en el Valle del Guadiaro. Pero los únicos datos de los que se tienen constancia son a partir de la invasión musulmana, de ahí quedan algunos importantes como el castillo de Benadalid. Se cree que el nombre del pueblo proviene de los linajes de las tribus bereberes. Uno de estos, los Banu-l-Hawria, de donde procede el nombre. Tras la conquista en 1485, muchos árabes se convirtieron, aumentando la población mudéjar. Hasta las revueltas de 1570 donde son definitivamente expulsados. En el siglo XIX, este pueblo juega un papel fundamental en la batalla de la Independencia contra las tropas francesas. Aquella tarde triste gris, llegaba a su fin mientras dejaba mi coche en un llano en lo alto del pueblo. El silencio y el olor a leña hipnotizaba mi presencia que a modo de fantasma recorría las solitarias calles. Después de doblar varias esquinas, las serpenteantes calles mozárabes me llevaron a la iglesia de Santo Domingo, antigua mezquita convertida ahora en templo cristiano. Esta presenta una fachada trasera de blanco encalado rematada por un campanario de planta rectangular con reloj central. La entrada al recinto santo se realiza por una de las naves laterales, a través de una portada de estilo renacentista constituida por dos pilastras de amarillo mostaza rematada por un friso y arco de medio punto en su interior. Caminando alrededor de la iglesia, un mosaico de azulejos vidriados llamó mi atención, se trataba de un antiguo dicho popular, el texto empezaba con un llamativo título "los mandaítos". El texto hacía referencia a las fiestas populares. Este tipo de mural es muy típico en los pueblos pequeños y blancos de Andalucía. Unos minutos más tarde mientras el sol llegaba a su fin, me introduje en la profundidad del pueblo, sus estrechas y frías calles me abrigaban con el manto blanco de sus centenarias casas, el silencio era mi compañero aquella helada tarde, mientras aquellas peculiares y únicas moradas me saludaban a cada paso. Sus altos y bajos barrios se comunicaban con infinidad de escaleras, todo un recital de graderías de mil formas me llevaban a distintos niveles, parecía estar en un cuadro de Escher, escalones rojos, blancos, de azulejos, de cemento... me encantaba lo que veía y sentía. Tras varios minutos caminando por aquellos bulevares, sentí la presencia de aquellos guerreros árabes respirar en mis hombros, cada esquina, cada rincón daban rienda suelta a la imaginación, al pasado, a nuestro legado... En varios puntos de la aldea, azulejos vidriados recordaban lo que en antaño allí pasó. Caminaba embriagado en la España Andalusí cuando un enorme cartel de "Feliz Fiestas" me recordó que los tiempos de Fernando III el Santo habían pasado. Antes de llegar al coche el ruido de una fuente rompió la calma del lugar e hipnotizado por sus siete caños pensé... el agua y su relación con todo lo árabe, que vínculo más bonito. Y aquí pongo punto y final a mi visita a este hermoso pueblo, con una morfología urbana irregular típica de los pueblos nazaríes, donde el paso del tiempo ha sido casi nulo, conservando su esencia, su misterio, su historia, su patrimonio... una joya blanca enclavada en plena Sierra Malagueña. No me quiero despedir sin antes escribir una frase que me llamó bastante la atención: "AQUÍ, LO DIFÍCIL, LO HAGO AL MOMENTO. LO IMPOSIBLE LO HAGO AL DÍA SIGUIENTE. Y LOS MILAGROS, TARDO UN POQUITO MÁS."

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